Una mañana, cuando Alberto se acercó al banco, se dio cuenta de que el lobo ya estaba allí, esperándole. Pero algo era diferente. Los ojos del lobo, normalmente apacibles, estaban llenos de miedo, y su cuerpo temblaba ligeramente. Albert se sentó frente a él, con una mirada suave y comprensiva. Por primera vez, extendió la mano, ofreciendo un suave toque a la inquieta criatura.
El lobo esperaba
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Extendiendo la mano
Por razones que no podía explicar, Albert no sintió miedo. El lobo nunca había mostrado signos de agresividad hacia él, ¿por qué iba a empezar ahora? Los espectadores se quedaron inmóviles, con los ojos fijos en la escena, esperando a ver qué hacía el lobo a continuación. Lentamente, el animal se inclinó hacia delante, olisqueando la mano extendida de Albert. Luego, con deliberado cuidado, abrió las mandíbulas y encerró suavemente la mano entre ellas.
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