Historias conmovieron y catalizaron el cambio necesario.
A medida que las historias se desarrollaban, una mujer rompió a llorar, sus manos temblando al relatar su horrenda experiencia. Otra mujer murmuró con un susurro apenas audible: “Me permitieron hablar”. Su voz, tan leve como un suspiro, me impactó como una ola gigante al comprender que al compartir nuestras voces, estábamos construyendo gradualmente un mundo más seguro. Vi a este grupo, no sólo como víctimas, sino como motores de un cambio esencial y transformador en nuestros sistemas de salud.

Historias conmovieron y catalizaron el cambio necesario.
Unidas transformamos el dolor en fortaleza.
Me acerqué lentamente, extendiendo mi mano, con el corazón desgarrado por la mezcla de orgullo y sufrimiento. En el pasado, ese ginecólogo había usado su risa burlona como una herramienta, transformando mis desesperados gritos en simples quejas que podía ignorar. Sin embargo, en este momento, mi voz resonaba potente, socavando su arrogante dominio. Ya no éramos meras pacientes; éramos seres humanos, y cada experiencia dolorosa vivida se transformaba en poderío con cada voz que se unía a la nuestra.

Unidas transformamos el dolor en fortaleza.
