Su voz era un frío desprecio petulante.
Su voz carecía de calidez, un frío desprecio con arrogancia que revolvió mis entrañas. Antes del examen ya estaba un manojo de nervios, con mis temores punzando violentamente. Una parte de mí ansiaba rebelarse, desafiar su tono altivo y mordaz, pero el miedo selló mis labios. En su lugar, temblé por completo, anticipando lo peor, mientras sus palabras despectivas seguían arrollándome sin piedad.

Su voz era un frío desprecio petulante.
Una prueba feroz y desconsiderada.
La agonía del examen El examen interno fue tan implacable como despiadado; movimientos bruscos y mecánicos, sin la más mínima señal de compasión o aviso. Un alarido desgarrador escapó de mis labios mientras aferraba la camilla con desesperación, como si así pudiera encontrar algo de salvación. Permaneció en silencio, continuando como si mi sufrimiento fuera un hecho cotidiano para él. Las lágrimas ardían en mis mejillas, pero el miedo me impidió levantar la mirada hacia su rostro.

Una prueba feroz y desconsiderada.
 
    